DIES EUROPEUS DE L’ARTESANIA
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Des del divendres a la tarda i durant tot el cap de setmana, el Taller Art en seda ha sigut una desfilada d’entrades i sortides de persones interessades en vivenciar una experiència nova. Tothom que ha volgut ha pogut experimentar amb el pinzell i endur-se un bocí de seda.
Una cinquantena de persones han jugat amb els colors i han après una mica sobre aquest món tan màgic.
Grans i petits arribaven expectants i sortien amb un somriure a la cara.
I per mi ha sigut un regal. Si, un gran regal. I vull agrair-vos a tots, des del més petit al més gran, la cascada de somriures i alegria, sorpresa i agraïment que us han despertat l’experiència i m’heu encomanat.
Gràcies, gràcies i gràcies.
I vull transcriure a continuació la resposta d’una amiga que m’ha fet especialment feliç en parlar de les seves emocions després de viure aquesta activitat creativa.
Tot un regal en majúscules.
Es pot llegir al facebook d’Art en seda
“ART EN SEDA”
El jueves me llamó una buena amiga. Una amiga que pinta… en todos los sentidos.
Hacía tiempo que no hablábamos por lo que, como marcan los cánones y haciendo honor a nuestro género, nos enredamos en contarnos mil cosas hasta que, pasado un buen rato, se me ocurrió preguntarle:
—Oye una cosa, ¿me llamabas por algo?
— ¡Ah! Sí, claro.
Me comentó que este viernes, sábado y domingo, con motivo de la celebración de los “Días Europeos de la Artesanía”, abriría su taller al público para mostrar sus trabajos de pintura sobre seda, ofrecer a los visitantes la posibilidad de experimentar sobre tan delicado material y conocer sus últimas creaciones; y que, como además hacía un montón que no nos veíamos, le gustaría que me pasase por allí.
Hasta ahí bien, pero había más.
—y… bueno, Lolín, que… si luego te apetece, si… no sé… si lo que ves algo te sugiere… como tu escribes tan bien… pues que me encantaría que me lo hicieras llegar por escrito. Para mí, para tenerlo.
Yo la mato, pensé (incluso juraría que se lo dije). Mi respuesta fue, más o menos:
—Mira, Anna, a pesar del lío que tengo, haré lo imposible por pasarme. Lo primero: porque tengo ganas de ver tu trabajo, lo segundo: porque quiero verte a ti y lo tercero (y lo más importante): porque eres un auténtico encanto.
»Sobre el texto que me pides, te seré sincera: no creo que pueda. Te adoro y lo sabes pero, por no escribir, ya no escribo ni reseñas de los libros que leo. Además, sabes que soy incapaz de juntar dos palabras en una frase si no me vienen dictadas por esos demonios que me empeño en llamar emociones y, para mi suerte o desgracia, nunca soy yo quien las busca sino ellas las que cuando más las rehúyo me encuentran y cuanto más las persigo, más se alejan.
»Así que tendrás que conformarte con la visita. ¿Te vale?
—Me sobra —fue su respuesta.
………………………………………………………
En pleno centro de El Masnou, un pueblo costero muy cerquita de Barcelona, el navegador me indica que he llegado a mi destino y una placa en la pared, junto al portero automático, me confirma que no me he perdido.
Llamo al timbre del interfono.
— ¿Si?
—Soy Lolín.
— ¡Anda!
Por el tono que imprime en esa única palabra, me doy cuenta de que ya ha valido la pena venir a visitarla.
Me recibe a media escalera con uno de esos abrazos que te anudan la garganta —esos que, sin apretar, te abarcan entera— y me adentra en ese bajo con patio exterior en el que mi amiga ha construido un mundo aparte. Un refugio de arte creado a base de inspiración.
Lo primero que percibo son los colores que salpican una estancia en la que intuyo es primavera todo el año. Flores pintadas sobre seda natural que huelen a alegría —esa que se respira cuando alguien es capaz de envolver su rutina haciendo aquello para lo que ha nacido— decoran pañuelos, bolsos, abanicos, pendientes, collares, chilabas, puntos de libro, tarjetas… convirtiendo cada pieza en una obra de arte exclusiva.
De seda, es su voz. Esa que me explica, con la dulzura con la que las hadas hablan a las niñas malas, todo el proceso de trabajo de sus producciones, sus nuevos proyectos y sus futuros viajes para dar a conocer esas joyas más allá de nuestras fronteras.
Puedo oler el aroma de sus sueños; el de los que están por venir y el de los que ya son realidad y en ese momento nos arropan.
Llegan más personas y, así como para que me entretenga mientras las atiende, me planta un pincel en la mano y, con una sonrisa y cara de bicho, me susurra al oído:
—Deixa’t anar (déjate ir, suéltate).
Yo, poco dada a obedecer, le hago caso.
Al poco rato, me quiero quedar a vivir en esos cuatro palmos cuadrados de tela tensada por los cuatro costados, en ese lienzo blanco sobre el que a priori crees que mandas tú y que a la primera pincelada te muestra su rebeldía expandiendo tu trazo a su voluntad.
Mi primera reacción es parar; en su lugar, devuelvo el pincel que sujeto a su bote de cristal y lo cambio por otro. Vuelvo a manchar la tela con un nuevo tono y este se fusiona con el anterior cambiando de forma y arrastrando con él al que yo creía fijado.
Repito la operación una vez, y otra, y otra, y ya no hay quien me pare. Ya no veo un bastidor sujetando el tejido, ni un futuro cuadro o pañuelo; lo que tengo delante es en realidad la muestra visible y palpable de esas emociones que tantas veces siento que no domino, que se me escapan. Doy un paso atrás para observar esa imagen de caos y ella, desde su quietud, desde esa supuesta inmortalidad que tan a menudo y a la ligera presuponemos, me revela su secreto:
El arte puede considerarse como tal cuando logramos que nuestras creaciones expresen lo que nosotros queremos transmitir, cuando el material que utilizamos es solo una herramienta para alcanzar nuestro objetivo final y cuando, al observar nuestro trabajo terminado, vemos en nuestra obra la armonía de nuestras propias emociones colocadas en su sitio; ordenadas y claras aunque sea solo a ojos del artista.
Ante tal revelación, me pregunto si para lograrlo será más importante la técnica o el talento. Miro a mi amiga y en sus ojos color avellana, llenos de luz y fuerza, leo la respuesta sin necesidad de pronunciar una sola palabra: Ambos son necesarios pero, lo que los transforma en éxito, es el empeño.
Es increíble comprobar cómo esos tres términos (técnica, talento y empeño) rebosan en ella.
Cuando me despido —con la firme promesa de que no volveremos a dejar pasar tanto tiempo sin vernos— pienso en todo lo que mi amiga que pinta nunca me ha contado y, al cerrar la puerta, me doy cuenta de que soy yo la que nunca se ha molestado en querer averiguarlo.
Los gusanos de seda que guarda en una caja tienen un ciclo vital que dura, aproximadamente, dos meses. En esos sesenta días, nacen, se desarrollan, pasan por la etapa de la metamorfosis convirtiéndose en mariposas, se reproducen y mueren.
Me siento en el coche y no dejo de repetirme la última frase que me ha soltado antes de irme:
—Lolín, no dejes que se te escape la vida.
Gracias, Anna. Gracias por tu tiempo, por la lección, por emocionarme, por inspirarme… y por ser mi amiga.
Hago público este texto porque el mundo entero debería conocerte. A ti, y a tu arte.
P.D. Desde luego, Lolín… nadie se arrepintió de estar callado.
Lolin Dengra